Se cumplen 68 años de aquel día en el que bombardearon Plaza de Mayo para derrocar a Perón, jornada en la que murieron más de 350 personas, hubo 2000 heridos, producto del lanzamiento de 14 toneladas de bombas sobre la emblemática plaza.
El bombardeo o masacre de la Plaza de Mayo fue el inicio de un Golpe de Estado iniciado el 16 de junio de 1955, luego concretado en septiembre, en la ciudad de Buenos Aires y el inicio de uno de los tiempos más oscuro en la Argentina. Aquel día la Aviación de la Armada y parte de la Fuerza Aérea bombardearon Plaza de Mayo como parte de una sublevación militar que buscó el derrocamiento de Juan Domingo Perón, que cumplía su segundo mandato como presidente constitucional de Argentina, y asesinaron a más de 350 personas e hirieron a un saldo 2000 tras el impacto de 14 toneladas de bombas en la emblemática plaza.
Aquel bautismo de fuego de la Fuerza Aérea, que tenía como principal objetivo matar a Perón, desató una masacre que marcó el inicio de la persecución al peronismo, el movimiento popular más grande del país, y que quedó finalmente impune.
Previo al bombardeo, un año antes, el peronismo ganaba las elecciones generales que se celebraron para elegir vicepresidente con el propósito de cubrir la vacante que se había generado en el cargo tras la muerte de Hortensio Quijano. En aquel momento, el Gobierno pretendía conseguir respaldo popular ante un frente opositor que iba en aumento y cada vez más movilizado, compuesto por la Iglesia católica, la Sociedad Rural, y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, principalmente la Marina.
En aquellos comicios, el oficialismo se impuso con el 62,54% de los votos y quedó claro que Perón no podría ser derrotado en las urnas por las fuerzas opositoras. Es que, pese al contexto de crisis económica, el peronismo se había empeñado en mantener la distribución del ingreso beneficiosa para los asalariados. Los trabajadores conservaban un 53 % de participación en el PBI, una cifra única en la historia de América latina, y esto hacía que los sectores empresarios sumaran sus voces al descontento ante el rol protagónico que jugaba la CGT en la economía nacional.
Sin embargo, había algo que generaba preocupación y aumentaba la puja con el sector eclesiástico que, finalmente, les dio a los militares golpistas la excusa perfecta para el golpe. Se trataba del creciente enfrentamiento con la Iglesia que comenzó luego de que el Gobierno impulsó en 1954 una ley de divorcio, y, unos meses después, eliminó la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Para luego, el 20 de mayo de 1955, convocar a una Convención Constituyente con el propósito de declarar un Estado laico.
En este marco, en abril de ese año, unos 200 mil católicos se movilizaron a Plaza Mayo en el marco de la celebración de Corpus Christi, un hecho político que convocó a los antiperonistas y convenció hasta el más indeciso de que se podía derrocar al «tirano». Durante la concentración, un grupo, que jamás resultó identificado, quemó una bandera argentina, y el Gobierno decidió que la insignia patria fuese «desagraviada» con una parada militar en Plaza de Mayo, el día 16 de junio.
El 16 de junio fue jueves, estaba nublado y frío. Mientras una multitud contemplaba el desfile militar, alrededor de las 12.40, el cielo se oscureció ante la presencia de 40 aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea que comenzaron a tirar bombas sobre una Plaza de Mayo repleta y buscaron también hacer blanco sobre la Casa Rosada.
Las aeronaves llevaban dibujados en su fuselaje la insignia «Cristo Vence», y en la primera de sus oleadas, una de las bombas impactó de lleno contra un trolebús repleto de pasajeros, dejando la primera gran cantidad de muertos de esa trágica jornada.
Rápidamente, Perón se refugió en los subsuelos del edificio Libertador (sede del Ejército) y consiguió de esta forma salvar su vida, mientras, en las calles, la CGT movilizaba columnas a la Plaza y los sediciosos realizaban tres oleadas más de bombardeos que se dirigieron a la población civil. El bombardeo terminó recién a las 17.40 y los atacantes huyeron a Uruguay, donde fueron recibidos por el presidente Luis Batlle, que les concedió asilo político.
Las tropas del Ejército que permanecían leales a Perón sofocaron el levantamiento por la tarde, cercando a los alzados en el Ministerio de Marina, que se rindieron ante el fracaso del golpe de Estado que habían lanzado. Esa noche, Perón pronunció un discurso pacificador, e instruyó la formación de un consejo de guerra para los golpistas. Manifestantes oficialistas, en tanto, ganaron las calles por la noche y quemaron la Catedral Metropolitana y diez iglesias más en el centro de Buenos Aires.
Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío: Eduardo Emilio Massera, quien integraría en 1976, en calidad de almirante, la junta militar que perpetró más tarde el golpe de Estado más sangriento en la Argentina.
En agosto, el consejo de guerra declaró culpables a los principales cabecillas de la rebelión, pero el Gobierno no pudo sofocar el clima insurreccional dentro de la Fuerzas Armadas que contaba con respaldo de amplios sectores civiles. Finalmente, el 16 de septiembre, los golpistas se imponían tras días de enfrentamientos y Perón partía a un exilio que se prolongó hasta 1972.
La autodenominada Revolución Libertadora tomó el poder; proscribió al peronismo y comenzó a ejercer una dura represión hacia los trabajadores, que alcanzó su punto más grave durante los fusilamientos de 1956. En el plano económico, los militares devaluaron la moneda, favoreciendo los intereses de los agroexportadores y suscribieron por primera vez un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Aquella jornada sangrienta en la que la Fuerza Aérea protagonizó su bautismo de fuego, que fue bombardear su propio país para matar a Perón, quedó impune y hoy permanece vivo en la conciencia de la militancia peronista y toda la población que sigue reclamando justicia por los muertos y heridos, en uno de los actos más graves de la historia argentina.